Miles de personas se reunió en el lugar que históricamente ha sido testigo de las luchas políticas de México para apoyar al Presidente. El petróleo fue el pretexto. La unidad, el proyecto, la confrontación y el nacionalismo, el objetivo. Fueron 62 minutos de un discurso que pasó de la historia nacional a la rivalidad política entre el pasado y el futuro, siempre como enemigo. Además, asistentes intolerantes queman figura de la ministra Piña.
Una hora con dos minutos frente a un Zócalo repleto en donde se prometió continuidad con cambio, se llamó a la unidad y se pidió a los simpatizantes de la llamada cuarta transformación no tener miedo porque los oligarcas no regresarán al poder.
Andrés Manuel López Obrador reunió a miles en la Plaza de la Constitución para clamar en contra de la intervención de Estados Unidos en México. Quince arengas contra el intervencionismo, la corrupción, el clasismo, el racismo y a favor de la libertad, la honestidad, la justicia social. Vivas a la expropiación petrolera, a Lázaro Cárdenas y tres más a México.
El Zócalo se llenó desde temprano. La primera parte frente al templete se reservó para los invitados VIP. Una segunda zona se dejó para adultos mayores, y hacia atrás, como en los conciertos la zona general, todos de pie.
Dos horas antes del evento, la lluvia parecía ensombrecer el acto multitudinario, pero todos resistieron con capas improvisadas y las sombrillas con el emblemático “Me canso ganso”. Pero no pasó a mayores.
Salieron los mariachis del Ejército y la Marina como antesala a la llegada del gabinete, y después de ellos, el Presidente.
Y los morenistas de a pie animados. Las porras para una corcholata, las porras para otra, saludos a la cámara de la transmisión oficial y llegaron los abucheos. Se corrió la voz de que había llegado al Zócalo la cuarta y no tan querida corcholata, Ricardo Monreal:
¡Fuera Monreal, fuera Monreal!”, gritaron hasta el cansancio.
Subieron los secretarios y el reflector se enfocó en los tres favoritos de López Obrador: Adán Augusto, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, sentados en ese orden a la izquierda del Presidente. Sí se saludaron, pero casi no hablaron. El canciller y la jefa de Gobierno, que la mayoría del tiempo estuvieron codo a codo, no cruzaron palabra alguna. Pero, eso sí, se dedicaron a saludar a sus seguidores a la distancia: Ebrard mandando besos y Claudia alzando los brazos, saludando, abrazando.
Y como los favoritos que son, recibieron un abrazo de la esposa del Presidente cuando llegó al templete; solo con ellos tuvo ese gesto.
Dos minutos después de las 17:00 horas, el Presidente salió por la puerta de honor de Palacio Nacional junto con Beatriz Gutiérrez, camino al escenario, saludó a los gobernadores de la 4T, se tomó selfies con ellos, pero el saludo más cariñoso fue para la candidata de Morena a gobernar el Estado de México, Delfina Gómez, que recibió besos y apapachos del tabasqueño.
López Obrador dio un beso en la mejilla a su hijo Andrés, y por fin llegó al escenario, junto con la ovación.
Hablaron la secretaria de Energía, Rocío Nahle, y el director de Petróleos Mexicanos, oradores anecdóticos con cifras anunciadas y frases más que ensayadas sobre la soberanía energética. Eso sí, ambos celebraron más al Presidente que a la Expropiación Petrolera.
Una hora con dos minutos. Con el golpeteo contra el PAN, contra los medios, a favor del proyecto de la 4T y la defensa contra la injerencia del ejército de Estados Unidos en México, cerró su discurso en medio de vivas y se retiró con la obligada ceremonia del Himno Nacional.
En el México violento, feminicida, polarizado de hoy, lo que vimos el sábado es la tradición de las llamas como lenguaje de exterminio, no una inocente tradición de raigambre popular.
Lo que vimos el sábado es lo que el presidente de México ha sembrado con su discurso de odio y su lenguaje violento.
Y eso no se puede justificar. No se puede normalizar.
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