3 de abril de 2022

Revocación: Votar o no votar esa es la cuestión


To be, or not to be, that is the question (Hamlet) Esta frase representa la pregunta esencial de la experiencia humana, atribulada frente a las tensiones que se producen entre la voluntad y la realidad. En el revocatorio no hay nada que elegir; está hecho para la glorificación de un líder dedicado a destruir la democracia y el piso institucional de un nuevo Estado que se había empezado a construir 



Por qué no votaré 

Porque el revocatorio no es tal, sino un confirmatorio del uso populista del poder como patrimonio de un individuo disfrazado de pueblo. Es la forma de ejercerlo que ha postrado a México en el atraso desde su fundación y que revivió cuando vio amenazada su existencia por la despersonalización del poder que por fuerza viene con la democracia. 

Porque la democracia es mucho más que su degradación populista; es la forma de gobierno en que la ciudadanía y solamente ella, en deliberación continua entre sí, puede desarrollar libremente su forma de gobernarse. 

Porque a este genuino proceso AMLO y su partido lo quieren sustituir con la sumisión del país a su voluntad. En el revocatorio no hay nada que elegir; está hecho para la glorificación de un líder dedicado a destruir la democracia y el piso institucional de un nuevo Estado que habíamos empezado a construir en el país. Esta destrucción está encubierta en el engaño deliberado de que su desgobierno es una etapa superior de la democracia, mentira que muchos toman como verdad de curso. 


No votaré porque la revocación de mandato es una regla constitucional para que la sociedad remueva gobernantes antes de que concluya su término, no para confirmarlos. Este revocatorio no lo inició la sociedad sino el gobierno y, dentro del gobierno, el capricho del presidente. 

Fijémonos bien en su origen. En 2019 se introdujo en la Constitución la figura de revocación de mandato (Art. 34 y otros) para que, “a petición de los ciudadanos y ciudadanas”, el INE convoque a realizarla. Teniendo el presidente aprobación más que suficiente, el principal interesado en convocarlo ha sido él, no “los ciudadanos y ciudadanas”, y no ha dudado en movilizar ilegalmente a su partido y a un numeroso contingente de funcionarios públicos (los servidores de la nación) para recabar las firmas para la “petición” tras la máscara de organizaciones civiles fantasmales. 


La misma disposición constitucional contradice el Artículo 83 que dice que el presidente durará en su encargo 6 años (sin calificativos), pues el Congreso no se tomó la molestia de reformarlo en congruencia, ni de fijar la revocación entre las causas legítimas para separar al presidente del cargo. Solamente agregó otro parche al Artículo 84 (que pauta la sustitución del ejecutivo), equiparando la revocación a la “falta absoluta” (sic) y al procedimiento para sustituirlo en caso de muerte —supongo que esa es la única falta “absoluta”—. En esta burda operación de travestismo político y constitucional, el revocatorio se trasmutó en un ritual de ratificación, una orgía de culto a la personalidad indigna de una República. 


No acudiré a votar porque uno de los objetivos más importantes de López Obrador es usar el confirmatorio para destruir al INE, la institución que ha garantizado elecciones limpias e imparciales desde que es independiente del gobierno. Ese cuerpo ha sido continuamente sobajado por AMLO para excusar su incapacidad de aceptar la imparcialidad y la ley. 

Luego del revocatorio, por instrucciones de su jefe, el obradorismo pretende convertirlo nuevamente en prisionero de los poderes políticos, echando reversa a los principios de excelencia profesional, neutralidad, imparcialidad y amplia consulta social con que la Cámara de Diputados se obliga a designar el Consejo General. La propuesta de reforma electoral anunciada hace unos días por AMLO es un paso más para impedir —mediante el control de las elecciones— el acceso al poder de quienes se oponen a este gobierno. 


No votaré porque la opción pragmática de votar para quitarle el mandato al presidente no es únicamente ilusoria, sino indigna de la ciudadanía. No acudiré a votar porque el revocatorio, así desfigurado, es un confirmatorio restaurador. El verdadero motivo que persigue AMLO es perpetuarse en el poder. No votaré porque la democracia merece un refrendo en la voluntad nacional mediante la amplia abstención activa que diga no a la restauración autoritaria y pronuncie un nunca más al autoritarismo como forma de gobierno de los mexicanos. 


La “No Reelección” fue un principio fundamental enarbolado por la revolución maderista de 1910 contra la dictadura del general Porfirio Díaz. Este legado fue retomado por la lucha constitucionalista. El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista decretó el 30 de septiembre de 1916 la desaparición de la Vicepresidencia, que consideró un elemento de división entre los mexicanos y decretó la reforma del artículo 72 de la Carta Magna proclamada el 5 de febrero de 1857 referente a la “No Reelección” del presidente de la República. Dicho decreto fue fijado en bando solemne en las principales ciudades del país el 4 de octubre de ese mismo año. 
Con ello, Carranza aseguraba que el principio democrático de la “No Reelección” estaría presente en la redacción de la nueva Constitución.




Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales, 
UNAM @pacovaldesu 




Fuentes: Diarios, revistas e internet


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